La delincuencia, la
pobreza, la prostitución o la cárcel forman parte del inmenso retrato que
Victor Hugo realizó sobre la sociedad de su época en Los miserables; un mundo de bajos fondos en una sociedad y tiempo
convulsos, donde la marginación era un hecho más que cotidiano. Ese universo de
la miseria también posee su lenguaje, y éste se encuentra presente en la obra,
en personajes como Babet, Tragamar o Gavroche. Incluso, el asunto del argot de
los miserables ocupa varios capítulos (libro séptimo de la cuarta parte) donde
este maestro francés da rienda suelta al discurrir de su ingenio, del mismo
modo que lo hace con cuestiones políticas, amorosas o de fe.
“¿Y qué es el caló?
Es todo a la vez; nación e idioma; es el robo bajo dos especies: pueblo y
lengua”, reflexiona Hugo. En otra ocasión: “El caló es el verbo hecho
presidiario”.
Es cierto que no
posee una noción del objeto que estudia tal y como pueden poseer los filólogos
en la actualidad, pero también hay que leerle desde la perspectiva de su
tiempo. El romanticismo, lejos de desdeñar, ensalzó toda una estética de la
fealdad y del caos que Victor Hugo supo conjugar con maestría cuando lo
necesitó su obra. De esta manera, el argot de la delincuencia (Hugo se refiere
en todo momento a él como caló, y con
él alude exclusivamente al caló francés) es visto desde esa perspectiva
visceral y oscura del hombre; pero no existe desprecio por ella en las palabras
del autor, ni tampoco se desprecia el estudio (racional, desde la cultura
enciclopedista a la que pertenece la obra) de este tipo de lenguaje.
Es más, se realizan
una serie de reflexiones que ahondan en este sentido:
“Cuando
se trata de sondar una llaga, un abismo o una sociedad, ¿desde cuándo es una
falta descender demasiado, ir al fondo? (…) ¿Por qué no se ha de explorarlo
todo, y no se ha de estudiar? ¿Por qué se ha de detener uno en el camino? El
detenerse corresponde a la sonda, no al que sondea”.
También:
“El pensador que se alejase del caló se
parecería a un cirujano que se apartase de una úlcera o de una verruga; sería
un filólogo dudando examinar un hecho de la lengua; un filósofo dudando
examinar un hecho de la humanidad. Porque, y es preciso decirlo a los que lo
ignoran, el caló es al mismo tiempo un fenómeno literario y un resultado
social. ¿Qué es el caló propiamente dicho? El caló es la lengua de la miseria”.
Por otro lado, hace
alusión al resto de jergas y argots, de distintos grupos sociales y profesiones
de su tiempo, los cuales va enumerando en una larga lista con evidente
intención de equipararlos con el lenguaje de los delincuentes y marginados:
“Puede
decírsenos que todos los oficios, todas las profesiones y casi podría añadirse
todos los accidentes de la jerarquía social, y todas las formas de la
inteligencia tienen su caló especial”.
Teniendo en cuenta
estos aspectos, se puede entender el vocabulario empleado por el autor, directo
y sin titubeos, como el modo que elige para transmitir ese universo de la
miseria y su lenguaje.
“Nada
es más lúgubre que contemplar así desnudo a la luz del pensamiento el
hormiguero terrible del caló. En efecto, parece que es una especie de horrible
fiera hecha para vivir en la noche, y que se ve arrancada de su cloaca. Se ve
una horrible maleza viva y erizada que tiembla, se mueve, se agita, pide volver
a la sombra, amenaza y mira”.
En este sentido, el
lenguaje que Hugo utiliza para describir el caló, el argot de la delincuencia
de su tiempo no es en ningún modo filológico, científico; todo lo contrario,
juega en su reflexión con los términos que sabiamente selecciona, dando saltos
de tema, ritmo o estilo, entrecruzando entre sus ideas otras nuevas,
desconcertando al lector entre pensamientos dirigidos hacia el hecho
lingüístico mezclados con otros sociales, políticos o estéticos. En cierto
momento, afirma lo siguiente:
“El caló no es más que un disfraz con el que
se cubre la lengua cuando va a hacer algo malo. Se reviste de palabras con
máscara, y de metáforas con harapos”.
Y más adelante:
“Las
palabras de la lengua vulgar se presentan en el caló como contraídas y
retorcidas por el hierro retorcido del verdugo; y algunas parece que están
humeando aún. (…) La idea se opone siempre a dejarse expresar por esos
sustantivos perseguidos por la justicia. La metáfora es algunas veces tan
descarada que se conoce que ha estado en la argolla”.
Durante el
discurrir de su pluma a lo largo de estos capítulos, Hugo también regala al
lector con un esbozo de la idea que poseía acerca de este argot, de cómo se
desarrolla nutriéndose de nuevos términos. En primer lugar, alude a los
préstamos tomados de otras lenguas. Sobe el español, concretamente hace
referencia a algunos préstamos que adoptó la delincuencia francesa de mitad del
XIX como boffete, que significa
bofetón; vantana (después vanterna), ventana; gat, gato; o aceite,
aceite.
“El caló tiene
otras raíces más naturales aún, y que salen, por decirlo así, del mismo
espíritu del hombre”, afirma el autor respecto a los préstamos. Así, distingue
tres mecanismos “más naturales” de creación léxica en el argot que conoció:
1- “Palabras inmediatas, hechas de una pieza, no se sabe cómo ni por qué,
sin etimología, sin analogía, sin derivados”, como las voces argóticas taule, que significa verdugo; sabrí, bosque; taf, el miedo, la fuga; o labrin,
lacayo.
2- La metáfora, a la que destaca por encima del resto de mecanismos,
“porque lo más propio de una lengua que quiere decirlo todo y ocultarlo todo,
es la abundancia de figuras”: ratón,
ladrón de pan; trincar por el tronco,
agarrar por el cuello; dardear o picar, llover; panadero, diablo (“el que anda en el horno”).
1- La modificación. Dice del delincuente, del miserable, que “vive de la
lengua y la usa a su capricho; la emplea al acaso, y se limita muchas veces,
cuando tiene necesidad, a desnaturalizarla sumaria y gravemente”. A veces el
caló “se limita a añadir” una terminación como -cuti o -di, afirma Victor
Hugo, y “más recientemente” -mar.
Además, detalla su rápida evolución y cambio:
“Así, el latron [pan] se convierte en latrif;
el gail [caballo] en gaye; la fertanche [paja] en fertille;
los siques [vestidos] en frusques; la chique [iglesia] en égrugeoir;
el colabre [cuello] en colas. El diablo es primero gashito, después el rabouin, después el panadero;
el sacerdote es el ratichon, después
del jabalí; el puñal es el veintidós, después el surin, después el lingre”, etcétera.
Por último, hemos decidido adjuntar un
fragmento más amplio cuyo interés no puede ser más que literario, pero que
ofrece una peculiar versión de esa relación –mágica- entre el hombre y la
lengua que habla.
“No hay una metáfora, ni una etimología
del caló que no contenga una lección. Entre estos hombres golpear quiere decir hender;
la astucia es su fuerza.
Para ellos, la idea del hombre no se
separa de la idea de la sombra. La noche se dice sorgue, el hombre el orgue
[caló francés]. El hombre es un derivado de la noche.
Se han acostumbrado a considerar la
sociedad como una atmósfera que los mata, como una fuerza fatal; y hablan de su
libertad como hablarían de su salud. Un hombre preso es un hombre enfermo; un hombre condenado es un muerto.
Lo más terrible para el encarcelado en
las cuatro paredes de piedra que le sepultan es una especie de castidad
glacial; al calabozo lo llama el casto.
En ese lugar fúnebre, la vida exterior se presenta siempre bajo el más grato
aspecto; el preso tiene grillos en los pies. ¿Creéis acaso que piensa en que se
anda con los pies? No, piensa en que se baila con los pies: así en el momento
en el que consigue limar los grillos, su primera idea es que puede bailar, y
llama a la lima la bailadora. Un nombre es un centro, profunda asimilación”.
¿Me podrían decir si el libro completo se encuentra en la red? Me gustaría tener una copia. Yo he intentado descargarlo pero todas las versiones que encuentro son abreviadas y no aparecen los capítulos donde se habla del caló de la miseria.
ResponderEliminarUna puntualización: hasta donde yo sé, Hugo nunca habla de «caló» en su texto original en francés, sino de «argot». No hay que olvidarse de que las novelas las traduce alguien... «Caló» es una traducción más bien poco acertada, pero en otras ediciones se ha traducido como «jerga».
ResponderEliminarUn saludo
Pues a mí sí se me hace acertada esa traducción porque la palabra argot no es común en mi circulo lingüístico. Justo caló es lo que usamos para referirnos a ese lenguaje de la miseria del que habla Víctor Hugo. La traducción que yo leí es de Ediciones Porrúa de México y me parece adecuada. En lo que respecta a jerga, es usada más para lenguajes especializados como "la jerga de los médicos". Creo que los traductores tienen un gran trabajo: por un lado atender a la intención original del autor y por otro atender al lenguaje usado por los lectores. Yo me quedo con caló.
EliminarDentro del contexto historico, el caló hace referencia a los gitanos, por lo que no es un acierto haberlo traducido asi, el termino exacto es Jerga, porque como explica Victor Hugo en "el ultimo día de un condenado a muerte" la jerga es el lenguaje de los pobres, de los oprimidos, los ladrones, asesinos, los que viven en las calles, en pocas palabras los miserables hacen suya esta jerga para comunicarse y así definen su identidad por muy monstruosa que sea.
EliminarCaló: Del caló caló 'negro'.
ResponderEliminar1. adj. Perteneciente o relativo al caló. Léxico caló.
2. m. Variedad del romaní que hablan los gitanos de España, Francia y Portugal.
Fuente: Real Academia Española: «Diccionario de la lengua española», 2021.