Aunque el
argot del delincuente y el argot común son empleados por usuarios diferentes
(sociolecto o indicador / registro o marcador), ambos comparten las
connotaciones y la búsqueda de expresividad. Justamente la naturaleza argótica
de cualquier manifestación lingüística reside tanto en la creación de un léxico
por transformación formal, semántica o préstamos, separado y distanciado de la
lengua general por su uso en determinadas situaciones informales o por
determinados sujetos, como en la semántica peculiar y connotaciones que dicho
léxico conlleva. Ambos aspectos, alejamiento y semántica particular, dotan
cualquier argot de una gran expresividad.
La
expresividad del argot común debe enmarcarse en el ámbito del registro
coloquial, en el cual se intensifica por distintos procedimientos paralingüísticos
y lingüísticos.
La
expresividad va ligada en los argots a la subjetividad del Yo, que tiende a
impregnar su propia habla. Mientras en las jergas y subregistros delimitados
por la materia impera la objetividad y la referencialidad, en los argots predomina
el sujeto, su semántica peculiar y su deseo de conexión en el grupo humano. Por
ello, argot común y argot de los delincuentes comparten muchas de sus
características, aunque en el primero está ausente la naturaleza profesional y
sus correspondientes rasgos lingüísticos.
La búsqueda
de diferenciación respecto a lo común y de expresividad se debe a diversas
motivaciones. Mientras que en el argot del delincuente las funciones
primordiales (como argot) eran unir a los miembros del grupo (conexiva) y formular
sus valores (expresiva), en el argot común las funciones o motivaciones de su
creación y uso obedecen en primer lugar a la necesidad o al deseo de crear un
clima distendido, un tono informal entre los iguales en la situación
comunicativa concreta, clima que favorece la negociación discursiva. Se alza,
por tanto, como una conexión entre sujetos que buscan la aproximación, la
familiaridad en el tono.
En menor
grado, una segunda motivación viene condicionada, en parte, por el deseo de
“estar al día”, enlazar con la modernidad, y emplea unos procedimientos de
creación léxica diferentes: prefiere un léxico marcado diastráticamente, una
intensificación procedente de una marcación social (préstamos de argots, sobre
todo juvenil). En nuestra cultura, la juventud ha adquirido un lugar privilegiado,
ser joven se convierte por sí mismo en un valor positivo. Los jóvenes emplean
un argot propio, caracterizado por un léxico. Cuando el argot común adopta
algunos préstamos del argot juvenil y es utilizado por otros grupos “no tan
jóvenes”, se busca un acercamiento a la modernidad, en especial, si existe si
existe una disparidad de edad entre los interlocutores. Se pretende una
convivencia entre individuos variados que quieren estar de acuerdo con su
tiempo.
El argot del
delincuente coincide en la búsqueda de una conexión o aproximación entre los
hablantes, no tanto como negociación discursiva o para crear un clima
distendido sino para indicar la pertenencia del sujeto al grupo: dominan este
léxico como si esta competencia lingüística o este saber compartido fuera una
prueba iniciática para entrar en una sociedad tribal. En sentido inverso, el
argot común carece de la función designativa-referencial, aunque en algunas
ocasiones también crea nuevas voces (neologismos) para designar realidades
extralingüísticas que poseen una voz lexicalizada en la lengua común, como dominguero ‘persona que solo emplea el
coche los domingos’. Ligada a la función referencial y a la delimitación social
del grupo, encontramos la tendencia al arcaísmo y escasa renovación del argot
delincuente, junto con la neutralización de las diferencias diastráticas y
diatrópicas. Por el contrario, el argot común, debido a su extensión y falta de
fuerzas centrífugas se produce una mayor diversificación y renovación
constante.
De estas
matizaciones se desprende que este léxico del argot común (como también ocurría
con el argot del delincuente) se delimita por cuestiones extrínsecas e
intrínsecas estrechamente vinculadas, como la propia situación en que se genera,
la cual le otorga una marcación diafásica, o los procedimientos de creación. El
argot común (como cualquier otro) duplica los términos de la lengua general
(relexificación) sobre la que se asienta y se agrupa en campos léxicos
genéricos puesto que afectan a todas las esferas de la vida cotidiana, como se
puede comprobar en las diversas situaciones comunicativas.
Sin embargo,
también es cierto que determinadas áreas son más productivas y en torno a ellas
se agrupan multitud de sinónimos: partes del cuerpo humano, sexo, mujer,
funciones fisiológicas, defectos, cualidades, dinero, diversión, etc. Son áreas
que aluden a las “esferas del pensamiento”. Se trata de campos léxicos
primarios enlazados muchos de ellos con las necesidades biológicas del ser
humano.
Estos campos
también son productivos en el argot de los delincuentes al igual que en el
argot juvenil. No es de extrañar ya que ambos se integran en el registro
coloquial.
Como ocurre
con cualquier manifestación argótica, un mecanismo esencial de este argot común
es la transformación semántica (metáforas, metonimias y sinécdoques) y el empleo de sufijos apreciativos. En esta
producción del lenguaje figurado el habla del pueblo coincide con el argot
juvenil y delictivo.
Algunos
rasgos o connotaciones característicos del argot común que también están
presente en el argot de los delincuentes:
-
El
realce de las cualidades negativas o defectos, mucho más que los positivos, en
el sentido estrictamente cuantitativo: foca
o vaca ‘gordo’, cuatrojos ‘miope’, etc.
-
El
humor e ingenio, tal y como demuestran los frecuentes ejemplos: ser la virgen del puño ‘tacaño’, dolorosa
‘factura’, etc.
-
La
exageración: ser más corto que las mangas
de un chaleco ‘escaso de inteligencia’, estar
más chupado que la pipa de un indio ‘delgado’, etc. Estas estructuras
comparativas intensivas se fundamentan en la experiencia de los hablantes, en
su saber compartido. Estas analogías se tiñen de un peculiar humor, que se alza
como un catalizador a través del cual se introducen todas estas expresiones.
-
La
degradación semántica y materialización. Tanto lo espiritual como lo cotidiano
pasa por el prisma de lo tangible, pero desde una concentración excesivamente
física: mantener relaciones sexuales es mojar
el churro, y morirse es criar gusanos
o malvas. Además, destaca la comparación con el mundo animal, en especial,
para ponderar superlativamente un sentido, una potencia o una actividad humana.
Esto conlleva a su vez determinados semas o connotaciones secundarias de
“animalización”: buitre ‘persona
interesada, aprovechada y ruin’, estar
como una cabra ‘loco’, hacer el perro
‘vago’, estar en la edad del pavo ‘en
la adolescencia’, estar pez ‘no tener
conocimientos sobre un asunto’, lince
‘inteligente’, etc. El sexo o, más concretamente, los órganos genitales son
presentados como alimentoso, al menos, frutos. En algunas la mujer aparece como
fruta prohibida (la mazana) etc.
Desde el punto de vista de
la etnolingüística se añaden otros matices a esta caracterización, matices que
se corresponden con la cultura, la mentalidad y las formas de vida de todo un
pueblo, similares a la inversión de valores del argot de los delincuentes. En
primer lugar, se aprecia cierta discriminación de la mujer en relación a
determinadas cualidades atributivas a ésta, reflejo de lo que sucede en la
realidad extralingüística. El argot común no actúas más que como un espejo
cultural que refleja los mitos y los prejuicios: así mientras las fórmulas de
alabanza sirven para afirmar las capacidades viriles del hombre, las apelaciones
a la mujer revelan un objeto de consumo, que puede suscitar admiración (¡qué
bombón!) o repulsión (¡qué callo!). Así la mujer es vista como un “objeto” al
que se atribuyen cualidades positivas,
relacionadas, en general, con el deseo sexual, o negativas. Igualmente la mujer
recibe numerosas designaciones cuando tiene una vida promiscua, identificándola
con la prostituta: golfa, zorra, etc. Por el contrario, en el hombre, esta
promiscuidad es vista como signo de valentía (macho). Curiosamente algunas
voces cambian sus connotaciones si se aplican al sexo masculino o femenino: zorro ‘astuto’ / zorra ‘prostituta’. Los órganos sexuales masculinos se transforman
en símbolo de valentía (tenerlos bien
puestos, tener pelotas, ser cojonudo) frente a la cobardía (gallina, jiñao, mujer).
En la actualidad se
observa cierto cambio lingüístico, reflejo del cambio en la sociedad, así el
hombre también es visto como un objeto y se le aplican estas cualidades, y el
signo de valentía en la mujer se representa a través de sus órganos sexuales (un par de ovarios). En cualquier caso, la inteligencia, la
laboriosidad, o las cualidades espirituales no tienen cabida en este mundo
“material”.
En segundo lugar, se
aprecia una xenofobia, que se constata a partir de algunas connotaciones:
negros (estar negro ‘estar harto’), chinos (engañar como a un chino), judíos
(ser un judío ‘avaro’); especialmente con los gitanos (ir hecho un gitano
‘sucio’) y los ingleses (hijo de la Gran Bretaña ‘de puta’), franchute o gabacho
para el francés. La xenofobia aparece también en las deformaciones de las
nacionalidades extranjeras: anglicón ‘inglés’; franchute ‘francés’;italianini
‘italiano’; mojame, moraco ‘moro’; sudaca ‘sudamericano’. En el argot del
delincuente las nacionalidades y diversas culturas se asocian con determinadas
prácticas sexuales y, además, se constata un prejuicio hacia los gitanos, etnia
que convive en las prisiones junto al delincuente payo.
Finalmente, la
homosexualidad y el lesbianismo conllevan igualmente connotaciones negativas
(bollera o tortillera), como también ocurría en el interior de la prisión,
especialmente hacia la mujer (machito para la mujer / marquesa para el hombre).
Tanto el delincuente como
cualquier hablante tienden en estas situaciones a degradar su visión del mundo,
a comparar con realidades primarias y a esa búsqueda del humor, que favorece un
ambiente distendido tanto para la negociación discursiva como para la
integración en el grupo de referencia. El delincuente expresa con su lenguaje
una inversión de valores; el hablante común se queda en la mera valoración o enumeración de sus prejuicios, compartidos
también por el delincuente.
BIBLIOGRAFÍA:
- Sanmartín Sáez, Julia (1998). Lenguaje
y cultura marginal. El argot de la delincuencia. Valencia: Universitat de
València.
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