jueves, 29 de mayo de 2014

Convergencias y diferencias del argot común y delictivo, parte II: Motivación y expresividad.


Aunque el argot del delincuente y el argot común son empleados por usuarios diferentes (sociolecto o indicador / registro o marcador), ambos comparten las connotaciones y la búsqueda de expresividad. Justamente la naturaleza argótica de cualquier manifestación lingüística reside tanto en la creación de un léxico por transformación formal, semántica o préstamos, separado y distanciado de la lengua general por su uso en determinadas situaciones informales o por determinados sujetos, como en la semántica peculiar y connotaciones que dicho léxico conlleva. Ambos aspectos, alejamiento y semántica particular, dotan cualquier argot de una gran expresividad.
La expresividad del argot común debe enmarcarse en el ámbito del registro coloquial, en el cual se intensifica por distintos procedimientos paralingüísticos y lingüísticos.
La expresividad va ligada en los argots a la subjetividad del Yo, que tiende a impregnar su propia habla. Mientras en las jergas y subregistros delimitados por la materia impera la objetividad y la referencialidad, en los argots predomina el sujeto, su semántica peculiar y su deseo de conexión en el grupo humano. Por ello, argot común y argot de los delincuentes comparten muchas de sus características, aunque en el primero está ausente la naturaleza profesional y sus correspondientes rasgos lingüísticos.
La búsqueda de diferenciación respecto a lo común y de expresividad se debe a diversas motivaciones. Mientras que en el argot del delincuente las funciones primordiales (como argot) eran unir a los miembros del grupo (conexiva) y formular sus valores (expresiva), en el argot común las funciones o motivaciones de su creación y uso obedecen en primer lugar a la necesidad o al deseo de crear un clima distendido, un tono informal entre los iguales en la situación comunicativa concreta, clima que favorece la negociación discursiva. Se alza, por tanto, como una conexión entre sujetos que buscan la aproximación, la familiaridad en el tono.
En menor grado, una segunda motivación viene condicionada, en parte, por el deseo de “estar al día”, enlazar con la modernidad, y emplea unos procedimientos de creación léxica diferentes: prefiere un léxico marcado diastráticamente, una intensificación procedente de una marcación social (préstamos de argots, sobre todo juvenil). En nuestra cultura, la juventud ha adquirido un lugar privilegiado, ser joven se convierte por sí mismo en un valor positivo. Los jóvenes emplean un argot propio, caracterizado por un léxico. Cuando el argot común adopta algunos préstamos del argot juvenil y es utilizado por otros grupos “no tan jóvenes”, se busca un acercamiento a la modernidad, en especial, si existe si existe una disparidad de edad entre los interlocutores. Se pretende una convivencia entre individuos variados que quieren estar de acuerdo con su tiempo.
El argot del delincuente coincide en la búsqueda de una conexión o aproximación entre los hablantes, no tanto como negociación discursiva o para crear un clima distendido sino para indicar la pertenencia del sujeto al grupo: dominan este léxico como si esta competencia lingüística o este saber compartido fuera una prueba iniciática para entrar en una sociedad tribal. En sentido inverso, el argot común carece de la función designativa-referencial, aunque en algunas ocasiones también crea nuevas voces (neologismos) para designar realidades extralingüísticas que poseen una voz lexicalizada en la lengua común, como dominguero ‘persona que solo emplea el coche los domingos’. Ligada a la función referencial y a la delimitación social del grupo, encontramos la tendencia al arcaísmo y escasa renovación del argot delincuente, junto con la neutralización de las diferencias diastráticas y diatrópicas. Por el contrario, el argot común, debido a su extensión y falta de fuerzas centrífugas se produce una mayor diversificación y renovación constante.
De estas matizaciones se desprende que este léxico del argot común (como también ocurría con el argot del delincuente) se delimita por cuestiones extrínsecas e intrínsecas estrechamente vinculadas, como la propia situación en que se genera, la cual le otorga una marcación diafásica, o los procedimientos de creación. El argot común (como cualquier otro) duplica los términos de la lengua general (relexificación) sobre la que se asienta y se agrupa en campos léxicos genéricos puesto que afectan a todas las esferas de la vida cotidiana, como se puede comprobar en las diversas situaciones comunicativas.
Sin embargo, también es cierto que determinadas áreas son más productivas y en torno a ellas se agrupan multitud de sinónimos: partes del cuerpo humano, sexo, mujer, funciones fisiológicas, defectos, cualidades, dinero, diversión, etc. Son áreas que aluden a las “esferas del pensamiento”. Se trata de campos léxicos primarios enlazados muchos de ellos con las necesidades biológicas del ser humano.
Estos campos también son productivos en el argot de los delincuentes al igual que en el argot juvenil. No es de extrañar ya que ambos se integran en el registro coloquial.
Como ocurre con cualquier manifestación argótica, un mecanismo esencial de este argot común es la transformación semántica (metáforas, metonimias y sinécdoques)  y el empleo de sufijos apreciativos. En esta producción del lenguaje figurado el habla del pueblo coincide con el argot juvenil y delictivo.
Algunos rasgos o connotaciones característicos del argot común que también están presente en el argot de los delincuentes:
-          El realce de las cualidades negativas o defectos, mucho más que los positivos, en el sentido estrictamente cuantitativo: foca o vaca ‘gordo’, cuatrojos ‘miope’, etc.

-          El humor e ingenio, tal y como demuestran los frecuentes ejemplos: ser la virgen del puño  ‘tacaño’, dolorosa ‘factura’, etc.


-          La exageración: ser más corto que las mangas de un chaleco ‘escaso de inteligencia’, estar más chupado que la pipa de un indio ‘delgado’, etc. Estas estructuras comparativas intensivas se fundamentan en la experiencia de los hablantes, en su saber compartido. Estas analogías se tiñen de un peculiar humor, que se alza como un catalizador a través del cual se introducen todas estas expresiones.

-          La degradación semántica y materialización. Tanto lo espiritual como lo cotidiano pasa por el prisma de lo tangible, pero desde una concentración excesivamente física: mantener relaciones sexuales es mojar el churro, y morirse es criar gusanos o malvas. Además, destaca la comparación con el mundo animal, en especial, para ponderar superlativamente un sentido, una potencia o una actividad humana. Esto conlleva a su vez determinados semas o connotaciones secundarias de “animalización”: buitre ‘persona interesada, aprovechada y ruin’, estar como una cabra ‘loco’, hacer el perro ‘vago’, estar en la edad del pavo ‘en la adolescencia’, estar pez ‘no tener conocimientos sobre un asunto’, lince ‘inteligente’, etc. El sexo o, más concretamente, los órganos genitales son presentados como alimentoso, al menos, frutos. En algunas la mujer aparece como fruta prohibida (la mazana) etc.

Desde el punto de vista de la etnolingüística se añaden otros matices a esta caracterización, matices que se corresponden con la cultura, la mentalidad y las formas de vida de todo un pueblo, similares a la inversión de valores del argot de los delincuentes. En primer lugar, se aprecia cierta discriminación de la mujer en relación a determinadas cualidades atributivas a ésta, reflejo de lo que sucede en la realidad extralingüística. El argot común no actúas más que como un espejo cultural que refleja los mitos y los prejuicios: así mientras las fórmulas de alabanza sirven para afirmar las capacidades viriles del hombre, las apelaciones a la mujer revelan un objeto de consumo, que puede suscitar admiración (¡qué bombón!) o repulsión (¡qué callo!). Así la mujer es vista como un “objeto” al que se atribuyen   cualidades positivas, relacionadas, en general, con el deseo sexual, o negativas. Igualmente la mujer recibe numerosas designaciones cuando tiene una vida promiscua, identificándola con la prostituta: golfa, zorra, etc. Por el contrario, en el hombre, esta promiscuidad es vista como signo de valentía (macho). Curiosamente algunas voces cambian sus connotaciones si se aplican al sexo masculino o femenino: zorro ‘astuto’ / zorra ‘prostituta’. Los órganos sexuales masculinos se transforman en símbolo de valentía (tenerlos bien puestos, tener pelotas, ser cojonudo) frente a la cobardía (gallina, jiñao, mujer).

En la actualidad se observa cierto cambio lingüístico, reflejo del cambio en la sociedad, así el hombre también es visto como un objeto y se le aplican estas cualidades, y el signo de valentía en la mujer se representa a través de  sus órganos sexuales (un par de ovarios). En cualquier caso, la inteligencia, la laboriosidad, o las cualidades espirituales no tienen cabida en este mundo “material”.

En segundo lugar, se aprecia una xenofobia, que se constata a partir de algunas connotaciones: negros (estar negro ‘estar harto’), chinos (engañar como a un chino), judíos (ser un judío ‘avaro’); especialmente con los gitanos (ir hecho un gitano ‘sucio’) y los ingleses (hijo de la Gran Bretaña ‘de puta’), franchute o gabacho para el francés. La xenofobia aparece también en las deformaciones de las nacionalidades extranjeras: anglicón ‘inglés’; franchute ‘francés’;italianini ‘italiano’; mojame, moraco ‘moro’; sudaca ‘sudamericano’. En el argot del delincuente las nacionalidades y diversas culturas se asocian con determinadas prácticas sexuales y, además, se constata un prejuicio hacia los gitanos, etnia que convive en las prisiones junto al delincuente payo.

Finalmente, la homosexualidad y el lesbianismo conllevan igualmente connotaciones negativas (bollera o tortillera), como también ocurría en el interior de la prisión, especialmente hacia la mujer (machito para la mujer / marquesa para el hombre).

Tanto el delincuente como cualquier hablante tienden en estas situaciones a degradar su visión del mundo, a comparar con realidades primarias y a esa búsqueda del humor, que favorece un ambiente distendido tanto para la negociación discursiva como para la integración en el grupo de referencia. El delincuente expresa con su lenguaje una inversión de valores; el hablante común se queda en la mera valoración  o enumeración de sus prejuicios, compartidos también por el delincuente.


BIBLIOGRAFÍA:
- Sanmartín Sáez, Julia (1998). Lenguaje y cultura marginal. El argot de la delincuencia. Valencia: Universitat de València.



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