El argot común o léxico argótico usado en el
registro coloquial está constituido por transformaciones del significante,
semánticas y préstamos, tanto de otras lenguas como de argots de grupo,
incluyendo el de los delincuentes. Recibe diversas denominaciones: en francés,
argot común, en inglés, slang, y, en español, jerga común o argot urbano. En
principio, puede formar parte del repertorio lingüístico de cualquier hablante, ya que no está
delimitado a un grupo en particular, solo puede ser tratado correctamente
cuando se ubica como léxico integrante de un registro específico, el coloquial.
El argot común no es un dialecto social, sino que se integra en parte del
léxico peculiar de un registro (estratificación horizontal). A partir de la
estratificación horizontal, algunos lingüistas indican que para identificar
tanto el registro coloquial como este léxico se debe dar un campo cotidiano: un
tema no específico, en el cual todos los hablantes puedan participar.
Desde la
perspectiva de la lengua general, el argot común se encontraría marcado por la
situación comunicativa. Así voces como pasta o depre presentan el mismo
significado referencial que una voz neutra (dinero o depresión), aunque
adquieren unas connotaciones, condicionadas por las normas de interpretación
por medio de las cuales se asignan significados sociales a enunciados verbales.
Se debe tener
presente que, frente al concepto genérico de
marca (Giles y Sherzer, 1979) como medio para identificar la pertenencia de
unos rasgos lingüísticos a una variedad diatópica, diastrática o diafásica
determinada, nosotros reservamos el término de indicador para los rasgos lingüísticos restringidos a determinados
grupos de usuarios. En cambio, empleamos el término de marca o marcación para aquellas voces de uso extendido (registro)
que proceden de determinados grupos o se limitan a unas situaciones
comunicativas.
Las marcas
conectarían (o se incluirían) con el concepto de connotación en oposición al de denotación,
como apunta P. Guiraud (1988), quien define las connotaciones como asociaciones
extranocionales que, sin alterar el concepto, lo colorean: son asociaciones
secundarias motivadas que se agregan a la asociación primaria convencional. Los
valores estilísticos son de dos tipos: por un lado, expresivos (a los que
denominamos propiamente connotación),
pues transmiten las emociones, los deseos, los juicios del que está hablando.
Así, por ejemplo, en coco se trasluce
una intención burlesca. Además, surgen como una reacción natural, espontánea,
para reflejar los deseos del emisor. Por lo tanto, serían imágenes subsidiarias
que se superponen al sentido (significado). Por otra parte, son valores
sociales o sociocontextuales.
En una lengua
general la variación implica posibilidad de elección de estilos. Igualmente,
para considerar que un signo posee unas connotaciones-marcaciones, lo
contrastamos con otro de referencia neutra o no marcada.
Así pues, en
la lengua general se distingue un léxico neutro y otro marcado
estilísticamente. Esta marcación puede responder a unos semas añadidos al
propio significado, en cuyo caso hablamos de connotaciones (estilísticas), o proceder de su empleo, en este caso
marcaciones. Éstas a su vez pueden
ser diafásicas, es decir, se emplean en un contexto determinado, y
diastráticas, pertenecen inicialmente a un grupo restringido. En el primer
caso, la marcación remite a una situación, en nuestro caso, la coloquial, fuera
de la cual el empleo de estas voces queda doblemente marcado: así, si en un
contexto formal alguien emplea la voz pasta
(‘dinero’) adquiere un elevado efecto estilístico porque no pertenece a este
registro. En el segundo caso, la diastrática (voces procedentes de argots
específicos) se emplean también habitualmente en situaciones coloquiales por lo
que adquieren esta marcación. Desde el punto de vista léxico, el argot común es
una marcación diafásica, de un contexto determinado, el cual favorece a su vez
la connotación a través de la transformación semántica e incorpora la marcación
diastrática (préstamos de otros argots). Por su parte, el argot del delincuente
se define como un indicador, usado en determinadas situaciones (coloquiales),
en el cual también predomina la connotación, el valor expresivo.
Una misma voz
puede presentar estos cuatro valores como, por ejemplo, la palabra pasta ‘dinero’: indicador de juventud al
ser usado entre jóvenes como señal distintiva; marcación diastrática cuando se
emplea entre adultos con un valor de modernidad; y connotaciones de los propios
semas.
Otro ejemplo
de estos valores se observa en los sufijos: así, el sufijo –ales es propia al
registro coloquial y, por lo tanto, presenta una marcación diafásica (rubiales ‘rubio’); -ata pertenece al
léxico de la delincuencia y posteriormente a grupos de jóvenes pasotas (camata ‘camarero’, bocata ‘bocadillo’), con una marcación diastrática (aunque también
diafásica): -ucho presenta unas connotaciones que afectan directamente al
sentido: un abogaducho no es un
‘abogado’, sino un ‘abogado sin prestigio’; por último, -oy sería un indicador
del argot delictivo (corroy ‘juez’, jojoy ‘aparato genital femenino’, etc.)
De este modo
lengua general se convierte en una posibilidad de elección entre diversas
unidades, dotadas cada una de ellas con unas marcas o señales especiales que
permiten al hablante crear su propio estilo discursivo. El hablante, al igual
que el creador literario, escoge entre los diversos recursos a su alcance para
crear su propia voz. Así, la estilística se presentaría como disciplina
auxiliar para caracterizar estos rasgos.
BIBLIOGRAFÍA:
- Sanmartín Sáez, Julia (1998). Lenguaje
y cultura marginal. El argot de la delincuencia. Valencia: Universitat de
València.
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