Las
transformaciones gramaticales que se producen en el argot de la delincuencia
tienen más que ver con el registro coloquial que emplean sus hablantes que con
el argot mismo. Son expresiones marcadas diatrática y diafásicamente,
relacionadas con ese registro coloquial, en cuanto a la variación contextual, y
con un nivel sociocultural del hablante más bien bajo.
En este sentido,
Sanmartín (1998) pone como ejemplo el pronombre personal menda, trasvasado desde hace años a la lengua coloquial, al argot
de los jóvenes, etc. Se utiliza como sustantivo empleado para designar a un
individuo, concordando el verbo en tercera persona: de esta manera se reviste
la acción enunciada de cierta impersonalidad.
Este proceso de
inclusión en una comunidad lingüística mediante el uso del argot conlleva dos
fenómenos, distintas caras de una misma moneda: una relación de igualdad entre
los individuos que componen esa comunidad, de pertenencia a ella -quedando
excluidos todos los que no forman parte, generalmente los hablantes de determinadas
edades y clases sociales, las altas-; y, a su vez, de abandono de la propia
identidad personal, marcada por el nombre propio.
Por su parte, Rodríguez Díez (1981) entiende a
las jergas y argots como "lenguas especiales", y las emparenta con
las variedades sociales, con las diferencias diastráticas. Este autor define
lengua especial como "la lengua de un grupo social en tanto que difiere de
la lengua común, siempre y cuando ese grupo social no esté delimitado por
criterios geográficos", y la diferencia de los dialectos atendiendo a dos
criterios:
- Los dialectos tienen su fonética, morfología, sintaxis y léxico; las
lenguas especiales se caracterizan especialmente por el léxico. Aun así, los
dialectos, sociolectos y registros, afirma Rodríguez Díez, “no constituyen una
lengua diferente de la común o de la que emplea el resto de la sociedad, sino
que es un empleo particular de la lengua que afecta especialmente al nivel
léxico”.
- Los dialectos poseen cierta independencia respecto a la lengua
común; las lenguas especiales no, son lenguas secundarias que coexisten junto a
la lengua común.
A este respecto, Beccaria (I linguaggi settoriali in Italia, 1973) ofrece una clasificación de
lenguas especiales que distingue tres grupos: los lenguajes sectoriales o
jergas de las profesiones, los lenguajes científico-técnicos, y el argot. Este
último lo define como el lenguaje usado por aquellos grupos sociales situados
al margen de la sociedad, como es el caso de los delincuentes.
Asimismo, Sanmartín rescata una definición sobre
lenguaje marginal que Alvar Ezquerra ofreció en un estudio sobre los mismos:
"lenguaje que emplean sectores marginados de la sociedad con una finalidad
críptica, con una función expresiva y que sirve fundamentalmente para
identificar socialmente a los individuos que lo usan”.
Por último, también parece pertinente citar a
Daniel Míguez y Pablo Semán, quienes hacen de nuevo referencia a esa naturaleza
expresiva del argot y a la complejidad de un proceso comunicativo que lleva
muchas veces aparejado un cambio en sus aspectos morfológicos y sintácticos:
“Como es obvio para
la antropología, la posibilidad de jugar adecuadamente a un juego del lenguaje no implica solamente
la habilidad para reproducir adecuadamente las elocuciones pertinente sino también
haber incorporado el complejo sistema de matices conceptuales que subyace en el
adecuado uso de entonaciones, giros idiomáticos y sentido de la oportunidad.
Aprender cuándo y cómo utilizar una expresión implica un
complejo proceso de estructuración cognitiva son el cual se vuelve imposible el
uso “adecuado” del lenguaje”.
BIBLIOGRAFÍA:
- Sanmartín Sáez, Julia (1998). Lenguaje y cultura marginal. El argot de la
delincuencia. Valencia: Universitat de València.
- Rodríguez Díez, Bonifacio (1981). Las lenguas especiales. El léxico del
ciclismo. León: Colegio Universitario de León.
- Míguez, Daniel y Semán, Pablo (2006), Entre santos, cumbias y piquetes: las
culturas populares en la Argentina reciente. Buenos Aires: Editorial Biblos
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