Si el argot común y el de
la delincuencia coinciden en los procedimientos de lexicogénesis y en las
connotaciones asociadas (en conexión con el registro informal), las similitudes
se acentúan al adoptar el argot común préstamos del argot de la delincuencia.
En este sentido F. Rodríguez considera que, pese a las críticas de los
puristas, los lenguajes marginales en las dos últimas décadas “han incorporado
un rico caudal de voces a la lengua popular y al habla coloquial de todos,
constituyendo un fenómeno inédito en la historia de nuestra lengua” (1989). Esta
relación se halla influida por el papel conector del argot de los jóvenes.
Se han citado diversas
razones de esta divulgación de lo delictivo o marginal. Una primera es la
ruptura del aislamiento del mundo de los delincuentes en el siglo XIX, con la
consiguiente expansión de su vocabulario secreto o el propio aumento de la
marginación, favorecida por el consumo de droga. Una segunda razón es la
difusión actual a través de los medios de comunicación, sobre todo por la
influencia de la televisión. Algunos exponentes de este fenómeno son los
siguientes:
-
Seriales
españoles, en los cuales este argot o sociolecto juvenil-marginal se encarna en
determinados personajes jóvenes y “modernos” como: Farmacia de guardia (el camarero Chencho y los hijos de la
protagonista); La gasolinera (el
Gasofo), Quién da la vez (el
personaje más repreentativo es la sobrina de la pescadera, Chirla), etc.
-
Programas
de información, algunos denominados reality
show: Código uno, La máquina de la verdad, Luz roja,
Cuerda de presos.
-
Películas:
El lute, I, II; Perros callejeros,
Navajeros, Mala hierba, Cautivos de la sombra, etc.
-
Obras
literarias como Memorias de un delincuente español, 1977,
de A. Bellver; La otra orilla de la
droga, 1985, J.L. Tomas García; o Días contados, 1993, J. Madrid.
-
Artículos
de sucesos en diarios con léxico marcado.
-
Canciones
diversas, entre las cuales destacamos algunas voces y fragmentos: “El libro de
la selva” (La ley de la selva / cayó sobre el asfalto / el mono se hizo el rey
de la cuidad / es un circo de espejismos sin final / dando cabriolas enganchó
al personal / el mono vino a lomos / galopando a caballo…); “Mira que eres
canalla” (Que soy el Toni, tronco, a
mí no me vas a engañar / que no hay nada como piltra en soledad…) etc.
Unido a estas dos causas,
se genera un clima propicio de unificación, tanto geográfica como social de los
comportamientos lingüísticos, debido a los medios de comunicación y a la fuerza
centrífuga de los centros urbanos, hacen que los diferentes argots tiendan a
aproximarse y a fundirse en un bien común a disposición de todos los usuarios
de la lengua. Finalmente, como última causa, desde la óptica del hablante se
observa la búsqueda de una mayor expresividad, el humor, la ironía, la
intensificación de los significados y el deseo de estar a la vanguardia de los
tiempos que corren. Emplear voces estigmatizadas por el origen en su uso
primitivo (delincuente) confiere un mayor realce expresivo.
Las voces del léxico del
argot delictivo, adoptadas por el argot común, mantienen una marcación
distrática procedente de su origen. Conviene recordar al respecto las ideas de
W. Labov relacionadas con la formulación de la teoría del cambio lingüístico,
especialmente, el fonético y el gramatical, ligado a factores sociales. Así, el
cambio fonético, por ejemplo, implica la aparición de nuevas variantes en un
subgrupo, que normalmente afectan más que a palabras individuales a unas clases
concretas; estas variantes se generalizan en todos los miembros del subgrupo, y
así la variante se convierte en indicador, definida como función de pertenencia
de grupo. Esta variable se repite en diversas generaciones del subgrupo: es
adoptada por otros grupos de la comunidad con su valor indicador primitivos.
Cuando la variable y sus valores asociados alcanzan los límites de la
expansión, constituyen una de las normas que definen la comunidad de habla y
todos sus integrantes reaccionan del mismo modo ante ella, convirtiéndose, por
lo tanto, en un marcador, e iniciándose la variación estilística. Posteriormente
se llevan a cabo reajustes estructurales y nuevos cambios.
En este caso no se trata
de un cambio fonético, sino de una variable lingüística aparecida a un grupo de
esta comunidad, y el de los delincuentes, asociada a unos valores y además en
convivencia con otras formas de la lengua estándar. En ocasiones, esta variable
puede ser utilizada por otros grupos (jóvenes) e incluso extenderse a capas
amplias de la población y considerarse como marcada estilísticamente por su
procedencia diastrática. En el caso de la variación o variación formal, puede
afectar a clases de palabras. En cambio, la transformación semántica implica un
caso particular.
Generalmente en las voces
del argot delictivo se aprecia un cambio del sentido: una ampliación y
generalización de su significado al perderse parte de sus semas. Una muestra
clara de esta ampliación de significado es la palabra trapicheo, que en el argot de los delincuentes designa un
intercambio de droga, y que en el argot común equivale a cualquier intercambio,
que implique no ilegalidad, sino únicamente cierta irregularidad´.
El paso de estas voces del
argot de los delincuentes al uso coloquial suele suponer un generalización de
su significado que a su vez es incorporado al patrimonio lingüístico del
delincuente, en el cual conviven ambos sentidos, el antiguo y el nuevo. Así,
por ejemplo, en la voz macarra el
primer sentido ‘proxeneta’ pertenece al argot de la delincuencia, y el segundo
‘persona arrogante’ es propio de un uso coloquial.
BIBLIOGRAFÍA:
- Sanmartín Sáez, Julia (1998). Lenguaje
y cultura marginal. El argot de la delincuencia. Valencia: Universitat de
València.
No hay comentarios:
Publicar un comentario