jueves, 29 de mayo de 2014

Nueva realidad, nuevo léxico.

El argot, por su propia naturaleza, posee una forma característica que surgir y de renovarse. Los mecanismos que se producen a la hora de construir un nuevo léxico son, sobre todo, según la mayoría de estudiosos, tres: los préstamos de otras lenguas o argots, la transformación semántica (metáforas, metonimias, sinécdoques) y la variación formal (acortamientos y sufijación). Frente a ellos, afirma Sanmartín, la transformación semántica por cambio de referente “apenas adquiere relevancia”.
Todo necesita de un material desde el que nacer. El argot bebe de otras lenguas y argots, de retorcer un significante o un significado hasta surge de él algo nuevo. En términos de J. J. Montes (1983), debemos de hablar de una motivación en el proceso de creación léxica, exceptuando los préstamos, pues “el hablante inventa a partir de una tradición lingüística” y de “una serie de condiciones que envuelven el acto comunicativo”.
Este concepto de motivación nos remite a la intencionalidad, a su importancia en el proceso comunicativo. Una intención específica, de un hablante específico, con todo un bagaje lingüístico específico.
El inabarcable mundo de variantes que posee todo argot, aún más si cabe el de la delincuencia, dificultan su estudio. Pero, además, a ello hay que sumarle la especial complejidad del acto comunicativo que envuelve la creación de un nuevo léxico en el argot de la delincuencia.
En este sentido, Sanmartín (1998) apunta cómo en algunos casos es la etimología de la palabra la que revela esa “motivación base”, pero incluso en esos casos no todos los hablantes del argot conocen esa relación entre el viejo significado y la nueva voz argótica. El creador de una nueva palabra toma una conocida y la cambia, la acorta, la mezcla con otra, la utiliza en otro contexto; todo ello esperando de aquél a quien va dirigido una compenetración, cierto esfuerzo para desentrañar un mensaje codificado para no ser comprendido por los demás.
La variación en el eje diastrático o diafásico puede producir esta situación: hablantes de un mismo argot, del cual no conocen el origen del significado de un término, o el significado mismo de éste. Sanmartín emplea la expresión medir el aceite para ilustrar esta situación. Su significado en el argot de la delincuencia o de la marginalidad es “asesinar”, especialmente con arma blanca. El gesto de medir el aceite, introduciendo una varilla en su recipiente, representa esa acción de clavar en algo un arma blanca. Esta relación metafórica será conocida por aquellos que, por sus circunstancias personales, conozcan la acción de medir el aceite. Para éstos, la expresión medir el aceite sería una expresión motivada: tratan con vehículos y conocen el significado que oculta lo que dicen.
“En cualquier caso, en el argot se aprecia la necesidad del hablante no solo de apropiarse de la lengua general para hacerla suya y convertirla en un signo social, sino de emplear términos motivados y evocadores”, afirma Sanmartín. En orden de importancia, las transformaciones del significante, la sufijación y los préstamos, “implican una apropiación de la lengua común y una expresión de la diferencia”.
Las transformaciones semánticas de todo el universo lingüístico proveniente de la lengua común, del caló, de otros argots, surgen según una motivación comunicativa, unida a su vez a un contexto comunicativo determinado. Los nuevos sentidos que adopta la realidad lingüística “obedecen a causas psicológicas, en especial a los factores emotivos y a la búsqueda de instensificación (expresividad para muchos), en algunos casos apoyada en la exigencia de buscan nuevos nombres para nuevos objetos y conceptos”.

BIBLIOGRAFÍA:
-          Sanmartín Sáez, Julia (1998). Lenguaje y cultura marginal. El argot de la delincuencia. Valencia: Universitat de València.
-          Montes Giraldo, José Joaquín (1983). Motivación y creación léxica en el español de Colombia. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo.


Neologismos y relexificación. El problema de la sobrelexificación en el argot.

El hablante del argot de la marginalidad o de la delincuencia participa en la creación de todo un universo de sinónimos, neologismos o relexificaciones con los que el argot dota de nombres a toda la realidad que esta comunidad lingüística experimenta, a todos los referentes peculiares que participan en esa realidad que es cotidiana para el hablante. Se tratan de mecanismos que entroncan con esa necesidad de crear un léxico nuevo: principal mecanismo del que se vale el argot para crearse y renovarse.
Los neologismos, en primer lugar, los cuales "adquieren una función designativa", en muchas ocasiones llegan incluso a incorporarse a la lengua común. Sanmartín (1998) pone como ejemplo butrón (agujero efectuado en la pared para entrar a robar), aunque son muy numerosos.
Esta creación de neologismos afecta a determinados campos léxicos, son agrupados según el ámbito, el contexto en el que surgen: la cárcel, la prostitución, las drogas y las actividades delictivas.
Junto a este mecanismo de creación léxica, también se puede observar en gran medida en este tipo de argot la relexicalización, “la sustitución de palabras viejas, comunes al resto de la sociedad, por palabras nuevas, por creaciones propias”. La apropiación argótica conlleva un cambio connotativo, “a pesar de que se pudiera mantener el mismo significado denotativo o referencial”( mono o madero: policía). Ese valor connotativo que aporta supone un alejamiento de la "neutralidad" del vocabulario estándar.
Sanmartín, en este punto, destaca la tendencia natural a la abundancia en este tipo de apropiaciones de la lengua común. Para ella, en el argot se produce un proceso de "sobrelexificación" más que de lexificación, una excesiva sinonimia.
Ambos mecanismos, neologismos y relexificación, revelan una determinada “estructuración de los constituyentes del mundo”. En este proceso, destacan tres aspectos comunes en todos los casos:
        Construcción de un microuniverso, con sus propias actividades, espacios y tiempos, empleando sobre todo neologismos: aspectos de la profesión (tipos de robos, papel de cada persona, identidad, herramientas, botín, la delación), tiempo (disfrute o carencia de libertad, duración de la condena), espacio (celda, escondite, celda de castigo).
        Mayor abundancia de sinónimos (sobrelexificación) en diversos campos léxicos: verbos de percepción o huida, tipos de droga, denominaciones del dinero, la policía, la adjetivación (lo bueno/lo malo).
        Relexificación con gran cantidad de términos procedentes del caló: partes del cuerpo (jeró, cara; acáis, ojos), relaciones de parentesco (bato/a, padre/madre; lacorro, adolescente).
Los cambios en el léxico van sucediéndose en el tiempo junto a los cambios sociales: hay que atender también a una variación diacrónica. Como apunta, Sanmartín, diccionarios anteriores como los de R. Salillas (1896) o P. Serrano (1935) recogían los distintos nombres con los que los delincuentes designaban a cada bolsillo para distinguirlos,  una cuestión vital para aquellos que eran carteristas en otro tiempo y que en la actualidad su uso se ha perdido.
Al lado de la sinonimia, reproducida en exceso mediante la relexificación y los neologismos, cabe destacar también la polisemia, que sirve de nuevo para “incrementar la ambivalencia o ambigüedad” del argot. Frente a la homonimia (palabras con distinto significado que se escriben iguales, pero con distinto origen), dos palabras son polisémicas cuando tienen distintos significados pero el mismo origen. Muchas veces uno es creado primero y el segundo deriva de éste: cacharra: jeringuilla/pistola; cantar: delatar/oler mal; canuto: teléfono/porro; colocar: vender un objeto/detener/efecto de las drogas; chapa: matrícula/funcionario.
Algunas voces homónimas del argot marginal: maría, caja fuerte (de la germanía)/ marihuana (de acortar la palabra); pipa, persona que vigila (del verbo “pipiear”, mirar)/ pistola (por el parecido con la forma).
Por último, la autora hace referencia a una serie de "proverbos" que sufren una desemantización, como dar, pillar, hacer, pasar, meter… “La pérdida de significado contribuye a la polisemia y a la ambigüedad enunciativa que adquiere un contexto preciso para actualizarse”, afirma. Como ejemplos documentados de cómo pueden combinarse esos proverbos desemantizados con otros, que portan la mayor carga semántica de la expresión, pueden citarse los siguientes: comerse (el coco, o un marrón), dar (el agua, avisar de peligro; bola, salir en libertad; el cante, llamar la atención…), o picar (billete, asesinar; sema, avisar).

BIBLIOGRAFÍA:
- Sanmartín Sáez, Julia (1998). Lenguaje y cultura marginal. El argot de la delincuencia. Valencia: Universitat de València.

El papel del sufijo en el “distanciamiento de lo común”.

En la tarea de crear y renovar su léxico, el argot hace uso de un mecanismo basado en la “modificación parcial de la forma”. Esa modificación parcial supone la existencia de un significante sobre el que actuar y de una alteración del mismo, la cual puede producirse en tres sentidos: como adición (sufijos y prefijos), como sustracción (apócopes y truncamientos) o como cambión de posición (metátesis).
Sanmartín (1998) hace hincapié en su obra de un hecho significativo: la rentabilidad comunicativa que supone para el argot el procedimiento de la sufijación, un “procedimiento productivo”, en palabras de la autora, frente a la prefijación, “ignorado” en el argot actual como mecanismo de creación léxica.
No se trata ésta de una tendencia moderna; esa evidente escasez de prefijos se remonta a la germanía. No carece de sentido: el prefijo apenas aporta cierto significado denotativo mientras el sufijo abre el abanico de posibilidades de derivación.
A continuación, ofrecemos un resumen de la clasificación realizada por Sanmartín sobre los significantes y los sufijos empleados en el argot de la delincuencia para crear un nuevo léxico, así como algunos ejemplos en cada caso.

Tipos de significantes que sufren la alteración formal (sufriendo o no una transformación semántica):
-          De la lengua general (cabezón, billete de cinco mil pesetas/atracata, atracador).
-          Sobre voces del argot, produciendo normalmente (aunque no siempre) un cambio de categoría (del verbo colocarse, al sustantivo colocón; del verbo sobar, al adjetivo sobeta).

Tipos de sufijos:

A)       Sufijos creados en el argot: -ata, que no forma parte del DRAE, pero sí vive en el lenguaje de los jóvenes (atracata, atracador; bullata, de bul, trasero; forata, extranjero o forastero, etc.) y –eto (picoleto, de pico, guardia civil).
B)        Sufijos de la lengua general:
a)      Sufijo apreciativo:
a.       Aumentativos: -ote/-ota, con valor aumentativo en castellano mientras que en el argot predomina el peyorativo y jocoso (drogota, grifota); -on/-ona, igual que el anterior, pierde su valor “nocional” y se vuelve peyorativo (bucabón/bucabona, delator/a; buscona, prostituta; julandrón, del caló julay, víctima de estafa).
b.      Diminutivos (“suelen perder su valor y adquieren en algunos casos un énfasis de afecto”): -eta, en castellano, matiz jocoso y despectivo (boqueta, de boca, delator;  fumeta, fumador; pureta, del caló puró, anciano; violeta, violador; joyeta, joyería); -illo (librillo, papel de fumar; corrillo, personas alrededor de un trilero; dar cuartelillo, del argot dar cuartel, permitir ciertos actos); -ito (cabrito, persona despreciable; calentito, gitano; tirito, acto de esnifar)
b)      Otros sufijos:
a.       Formaciones nominales: -ero/-era, con el que se forman la mayoría de los sustantivos de ‘profesiones’ delictivas, muy productivo en todos los argots (boquera, funcionario; cacero, proxeneta; chusquero, policía; chapero, hombre que se prostituye;  jornalero, persona que limpia en un prostíbulo). En otro tiempo también funcionó muy bien –ista (carterista).
b.      Formaciones verbales: -ear (boquearse, delatar; cachear, registrar; escaquearse, excusarse; maquearse, arreglarse; papear, comer; parchear, tocar hasta encontrar algo). El procedimiento “parece bastante productivo”, señala la autora de este corpus, “pero no aporta un significado añadido”.  Asimismo, señala distintos tipos de alteraciones en el significado: trasvasadas al lenguaje coloquial, besuquear tiene un sentido reiterativo de besar; con jugar, este sufijo connota que no se toma en serio la actividad (juguetear).
C)        Sufijos del caló (apenas son productivos ya que no crean nuevo léxico en el argot, sino que suelen aparecer en préstamos tomados del caló):
a)      Creación de verbos: -elar. Se produce en mayor medida en el propio caló, como funguelar, oler mal; o creando dobletes, como diquelar, mirar, de dicar, mirar. En ocasiones también se realiza con la lengua general: tenelar, de tener. En todos sus variantes, no se produce nunca un cambio del significado denotativo del término anterior.
b)      Creación de sustantivos: -iri (campiri, campo; chapiri, sombrero), -ay (de origen caló: guarnay, persona anodina y vulgar; jay, árabe; julay, sinvergüenza o inocente; rumay, caricia; tolay, tonto; sonacay, oro), -añí (recañi, ventana; pestañi, policía; pañi, agua), -elo (camelo, estafa; canguelo, miedo; currelo, trabajo), -i (churi, navaja; langui, cojo, imperfecto; lumi, prostituta; queli, casa; juri, pelea; piri, comida).

La autora señala como motivación para la inclusión de este tipo de sufijos del caló, cuando no aportan una transformación del significado originario, el producir en el oyente un efecto de extrañeza: en estos casos el cambio se produce en el plano de la connotación (sufijos apreciativos). Además, afirma que muchos de ellos no aportan realmente ningún significado añadido, sino que funcionan como “meros signos identificadores del argot”, enlazando con la “función de identidad grupal, más que con la expresiva o referencial” (sufijos no apreciativos).

Por otro lado, los compuestos no son abundantes en el argot. Entre los principales ejemplos documentados pueden citarse buscavidas, que se dice de la persona que trapichea para subsistir; doblecero, droga de buena calidad; o el ya olvidado tapabastes, guantes (del español tapa, y del caló bastes, dedos).

Esta escasez de sufijos propios e identificadores de la que se caracteriza el argot de la delincuencia conecta igualmente, tal y como afirma la autora, “por una parte, con una falta de profesionalidad de la delincuencia y de una disminución de los vínculos y del sentimiento de grupo; y por otra parte, con la expansión de estos sufijos en otros sectores de la población, como en el lenguaje de los jóvenes”.

BIBLIOGRAFÍA:

-          Sanmartín Sáez, Julia (1998). Lenguaje y cultura marginal. El argot de la delincuencia. Valencia: Universitat de València.

El cambio de sentido: la metonimia y la sinécdoque.

Junto a la metáfora, el mecanismo más rentable comunicativamente para el argot, existen otros dos tipo de transformaciones del sentido: la metonimia y la sinécdoque, ambas con un considerable menor rendimiento.

Estos dos tropos suelen confundirse. En primer lugar la sinécdoque consiste en designar un objeto o un todo con el nombre de una de sus partes, o al revés, una parte con el nombre del todo. En el caso del argot de la delincuencia, existen documentados ejemplos como bicharras, como ladillas, o cañones, como escopeta. La metonimia, en cambio, se trata de sustituir un término por otro con el que guarda relación, aunque no tiene que corresponderse como en la sinécdoque en términos todo-parte. Algunos de los ejemplos registrados son los siguientes: pelleja, cartera; hierro, pistola; plástico, tarjeta de crédito; chapa, matrícula; copera, prostituta; goma, porra.

Sanmartín (1998) apunta que la transformación del sentido también afecta a las “expresiones fraseológicas”: expresiones con dar o comer, donde el verbo se encuentra “relativamente desemantizado”. De este modo, distingue dos construcciones en este tipo de expresiones:

-          Las que unen verbo y sustantivo: buscar la boca, provocar; currar la página, adular; cortarse la coleta, retirarse de la delincuencia; llevar maleta, tener proxeneta; pagar celdas o años, cumplir tiempo de condena…
-          Las que unen sustantivo y adjetivo, o dos sustantivos: a cara perro, no compartir; doble cero, droga de buena calidad; maridos al plato, proxenetas.

De ese empleo de materiales concretos de la vida cotidiana a la hora de producir los cambios y transformaciones en el significado, “se deducen ciertas connotaciones o rasgos secundarios”, que pueden ser simplificados en tres características:

-          La concretización de lo abstracto y una concepción materialista de la vida.
-          La degradación de los valores, en especial cuando se emplean las metáforas de animales, vegetales y frutas, o escatológicas, pero también cuando se designa al cuerpo como muelle.
-          El humor, por ejemplo, al denominas nevera a una celda, señores a la policía, salir un héroe persona que se opone al atracador, trabajar  como robar, etc.”.

Vehículos de significado como los colores, los animales o el mundo vegetal ya eran utilizados en la Edad Media en el argot de los malhechores.

Muchas veces la motivación no es el ocultamiento o la cripticidad (han sido trasvasados, por ejemplo, al lenguaje coloquial); más bien, la connotación que llevan aparejadas estas metáforas, metonimias y sinécdoques, son “un reflejo de una mentalidad, de una concepción del mundo diferente y de una sociedad contraria a la establecida”. Se trata de “una inversión de valores, que presenta un lenguaje distinto, un antilenguaje”.

BIBLIOGRAFÍA:
-          Sanmartín Sáez, Julia (1998). Lenguaje y cultura marginal. El argot de la delincuencia. Valencia: Universitat de València.




El cambio de sentido: la metáfora.

 La metáfora, según Sanmartín (1998), significa una de las principales herramientas de las que se vale el argot de la marginalidad para crear un nuevo léxico. Frente al objetivismo tradicional de la noción de semejanza, preestablecida por Jackobson (Lingüística, poética, tiempo. Conversaciones con Krystina Pomorska, 1980), que entiende las semejanzas como inherentes a las entidades mismas, Sanmartín la entiende como una analogía generada por la experimentación de un individuo. De esta manera, puede afirmar: “en muchos casos no solo la metáfora se basa en otras metáforas anteriores, sino que crea la propia semejanza”.
 Las metáforas dan coherencia a la realidad de un individuo, la crean y la recrean funcionando como moldes conceptuales. El ejemplo del término camello puede servir para comprender esta idea: sus dos significados, tanto el de “animal” como el de “persona que vende drogas”, coexisten, “no existe desplazamiento sino tensión entre ellos”. En camello, su significado literal es el connotativo, mientras que el figurado es el denotativo; es este último el que se actualiza en la metáfora, el denotativo o figurado (traficante de drogas), enriqueciéndose con el significado que aporta a nivel connotativo o literal (animal).
 “El sistema conceptual del hombre está estructurado metafóricamente: muchos de los conceptos abstractos o delineados sin precisión (emociones, ideas, etc.) son captados en nuestra experiencia a través de otros conceptos que comprendemos más claramente, pues poseen una estructura interna (objetos, orientaciones espaciales, etc.)”, explica Sanmartín.
Entre esas estructuras, G. Lakoff y M. Johnson (Metáforas de la vida cotidiana, 1980) destacaron tres: las orientacionales, las estructurales y las ontológicas. El argot emplea especialmente las estructurales, aquellas que tienen lugar cuando “un concepto se organiza metafóricamente en términos de otro”.
Con la metáfora estructural lo que se produce es el trasvase de todos los elementos de un campo léxico a otro. Estas palabras continúan portando su significado primigenio el cual trasladan consigo al nuevo campo léxico, connotando toda una nueva serie de elementos que describen una realidad distinta. Los conceptos del argot (también en el lenguaje coloquial y a veces hasta en el poético) se organizan según “entidades cotidianas, concretas y materiales” como los colores, las frutas y los animales.
-          Colores. Mierda o chocolate, hachís; nieve, cocaína o heroína; caimanes, guardia civil. Existen casos de una relación metonímica: colorao, oro; marrón, condena (por el color marrón de los sumarios); verde, billete.
-          Animal (el proceso de animalización “imprime ciertos valores secundarios o connotaciones”, como el humor, el sarcasmo, la ironía, etc.).
-          J. García Ramos (1985) (1990) recoge, entre otros: lagartos o sapos, guardia civil; galgos, inspectores de policía jóvenes; topos, vigilantes de metro; alondra, albañil; erizo, preso antisocial o solitario.
-          Préstamos del caló: jojoy (conejo), como órganos sexuales femeninos; chusquel (perro), como chivato.

-          Acción de transportar: camello, traficante; mula o burra, persona que transporta droga en su interior; cabra, moto; grillera o perrera, furgoneta que transporta detenidos.
-          Forma: pecera, centro que ocupan los funcionarios; cangrejo, tipo de celda; zarpa, mano; pulpo, aparato eléctrico; pata de cabra, palanqueta.
-          Características del animal: para designar objetos y lugares (burra, caja fuerte; canario, teléfono; tigre, urinario; avispero, cuartel de la guardia civil; caballo, jaco o burro, heroína) y para designar seres animados (estar con el pavo, mono o gorila, sufrir el síndrome de abstinencia; mono, policía; macaco, proxeneta; buitre, prestamista en la prisión; loba, homosexual mayor; perra o búho, chivato; zorra, prostituta).

-          Frutas, verduras y alimentos. “Sirven de vehículo para nombrar las distintas partes del cuerpo”: dátiles, dedos;  almeja o figa, genitales femeninos; peras, pechos; nabo, pene.  Pero también tienen otros referentes que no son corporales: membrillo, chivato; fiambre, cadáver.

Otras expresiones estructuradas según otros “ejes”:

-          Palabras escatológicas. Cagar, fastidiar o venérea; joder, fastidiar; mierda, droga o borrachera; pedo, borrachera.
-          Léxico bélico (“la permanencia en la cárcel se concibe como una lucha”).Mucha o poca campaña, tiempo de condena; caer, ser apresado; derrotarse, confesar; convoy, traficante; tanque, bolso.
-          Consumo de drogas. Como un viaje: viajar, estar bajo los efectos de la droga; tripi, en ingles “viaje”, para designar al ácido.
-          Servicios de las prostitutas según nacionalidades. francés, griego, disciplina inglesa (sadomasoquismo), cubana, tailandés o birmano (masaje erótico). Con el uso popular de esta metáfora se alimenta la visión estereotipada de las distintas nacionalidades.

A pesar de lo útil de esta clasificación, Sanmartín advierte que lo connotativo varía según la cultura. Así, por ejemplo, en un ejemplo de animalización, gallina, perdiz y otros tipos de aves de corral, en el argot francés sirve para aludir a la figura del policía. En español, en cambio, apunta Sanmartín, estos animales son usados para referirse a las personas cobardes.
Además de las estructurales, las de mayor rentabilidad comunicativa para este argot, se encuentran las metáforas orientacionales y las ontológicas. Estas últimas se basan en “la consideración de acontecimientos, actividades, emociones o ideas, etc., como entidades o sustancias”. Aquello que va a ser objeto de la metáfora, el término real, se focaliza a través de la ironía. De esta forma, de nuevo se produce una relación con la realidad inmediata que la degrada, la animaliza y la cosifica. Algunos ejemplos de metáforas ontológicas en el argot de la delincuencia: con los cuernos retorcidos, enfadado; pedir botijo, solicitar protección; salir en bola, irse en libertad; tener el mono, síndrome de abstinencia; valle de los callados, muer; etc.

El tercer tipo son las metáforas orientacionales, que apenas ofrecen rentabilidad comunicativa para el argot: “son casos en los que un concepto está organizado como un sistema global (no estructurado) en relación con otro”, guardando una relación con la situación espacial: arriba-abajo, dentro fuera, etc. Estas relaciones no son arbitrarias, sino que “poseen una base en nuestra experiencia física y cultural”. En el argot de los delincuentes solo cabe señalar dos casos, la verticalidad y el espacio interior frente al exterior en el léxico de la cárcel: caer, ser apresado, frente a salir en bola, irse en libertad.

BIBLIOGRAFÍA:

-          Sanmartín Sáez, Julia (1998). Lenguaje y cultura marginal. El argot de la delincuencia. Valencia: Universitat de València.

El argot en Los miserables.

La delincuencia, la pobreza, la prostitución o la cárcel forman parte del inmenso retrato que Victor Hugo realizó sobre la sociedad de su época en Los miserables; un mundo de bajos fondos en una sociedad y tiempo convulsos, donde la marginación era un hecho más que cotidiano. Ese universo de la miseria también posee su lenguaje, y éste se encuentra presente en la obra, en personajes como Babet, Tragamar o Gavroche. Incluso, el asunto del argot de los miserables ocupa varios capítulos (libro séptimo de la cuarta parte) donde este maestro francés da rienda suelta al discurrir de su ingenio, del mismo modo que lo hace con cuestiones políticas, amorosas o de fe.
“¿Y qué es el caló? Es todo a la vez; nación e idioma; es el robo bajo dos especies: pueblo y lengua”, reflexiona Hugo. En otra ocasión: “El caló es el verbo hecho presidiario”.
Es cierto que no posee una noción del objeto que estudia tal y como pueden poseer los filólogos en la actualidad, pero también hay que leerle desde la perspectiva de su tiempo. El romanticismo, lejos de desdeñar, ensalzó toda una estética de la fealdad y del caos que Victor Hugo supo conjugar con maestría cuando lo necesitó su obra. De esta manera, el argot de la delincuencia (Hugo se refiere en todo momento a él como caló, y con él alude exclusivamente al caló francés) es visto desde esa perspectiva visceral y oscura del hombre; pero no existe desprecio por ella en las palabras del autor, ni tampoco se desprecia el estudio (racional, desde la cultura enciclopedista a la que pertenece la obra) de este tipo de lenguaje.

Es más, se realizan una serie de reflexiones que ahondan en este sentido:

“Cuando se trata de sondar una llaga, un abismo o una sociedad, ¿desde cuándo es una falta descender demasiado, ir al fondo? (…) ¿Por qué no se ha de explorarlo todo, y no se ha de estudiar? ¿Por qué se ha de detener uno en el camino? El detenerse corresponde a la sonda, no al que sondea”.
También:
 “El pensador que se alejase del caló se parecería a un cirujano que se apartase de una úlcera o de una verruga; sería un filólogo dudando examinar un hecho de la lengua; un filósofo dudando examinar un hecho de la humanidad. Porque, y es preciso decirlo a los que lo ignoran, el caló es al mismo tiempo un fenómeno literario y un resultado social. ¿Qué es el caló propiamente dicho? El caló es la lengua de la miseria”.

Por otro lado, hace alusión al resto de jergas y argots, de distintos grupos sociales y profesiones de su tiempo, los cuales va enumerando en una larga lista con evidente intención de equipararlos con el lenguaje de los delincuentes y marginados:


“Puede decírsenos que todos los oficios, todas las profesiones y casi podría añadirse todos los accidentes de la jerarquía social, y todas las formas de la inteligencia tienen su caló especial”.

Teniendo en cuenta estos aspectos, se puede entender el vocabulario empleado por el autor, directo y sin titubeos, como el modo que elige para transmitir ese universo de la miseria y su lenguaje.

“Nada es más lúgubre que contemplar así desnudo a la luz del pensamiento el hormiguero terrible del caló. En efecto, parece que es una especie de horrible fiera hecha para vivir en la noche, y que se ve arrancada de su cloaca. Se ve una horrible maleza viva y erizada que tiembla, se mueve, se agita, pide volver a la sombra, amenaza y mira”.

En este sentido, el lenguaje que Hugo utiliza para describir el caló, el argot de la delincuencia de su tiempo no es en ningún modo filológico, científico; todo lo contrario, juega en su reflexión con los términos que sabiamente selecciona, dando saltos de tema, ritmo o estilo, entrecruzando entre sus ideas otras nuevas, desconcertando al lector entre pensamientos dirigidos hacia el hecho lingüístico mezclados con otros sociales, políticos o estéticos. En cierto momento, afirma lo siguiente:

 “El caló no es más que un disfraz con el que se cubre la lengua cuando va a hacer algo malo. Se reviste de palabras con máscara, y de metáforas con harapos”.

Y más adelante:

“Las palabras de la lengua vulgar se presentan en el caló como contraídas y retorcidas por el hierro retorcido del verdugo; y algunas parece que están humeando aún. (…) La idea se opone siempre a dejarse expresar por esos sustantivos perseguidos por la justicia. La metáfora es algunas veces tan descarada que se conoce que ha estado en la argolla”.

Durante el discurrir de su pluma a lo largo de estos capítulos, Hugo también regala al lector con un esbozo de la idea que poseía acerca de este argot, de cómo se desarrolla nutriéndose de nuevos términos. En primer lugar, alude a los préstamos tomados de otras lenguas. Sobe el español, concretamente hace referencia a algunos préstamos que adoptó la delincuencia francesa de mitad del XIX como boffete, que significa bofetón; vantana (después vanterna), ventana; gat, gato; o aceite, aceite.

“El caló tiene otras raíces más naturales aún, y que salen, por decirlo así, del mismo espíritu del hombre”, afirma el autor respecto a los préstamos. Así, distingue tres mecanismos “más naturales” de creación léxica en el argot que conoció:

1-      “Palabras inmediatas, hechas de una pieza, no se sabe cómo ni por qué, sin etimología, sin analogía, sin derivados”, como las voces argóticas taule, que significa verdugo; sabrí, bosque; taf, el miedo, la fuga; o labrin, lacayo.

2-      La metáfora, a la que destaca por encima del resto de mecanismos, “porque lo más propio de una lengua que quiere decirlo todo y ocultarlo todo, es la abundancia de figuras”: ratón, ladrón de pan; trincar por el tronco, agarrar por el cuello; dardear o picar, llover; panadero, diablo (“el que anda en el horno”).

1-      La modificación. Dice del delincuente, del miserable, que “vive de la lengua y la usa a su capricho; la emplea al acaso, y se limita muchas veces, cuando tiene necesidad, a desnaturalizarla sumaria y gravemente”. A veces el caló “se limita a añadir” una terminación como -cuti o -di, afirma Victor Hugo, y “más recientemente” -mar.

Además, detalla su rápida evolución y cambio:

“Así, el latron [pan] se convierte en latrif; el gail [caballo] en gaye; la fertanche [paja] en fertille; los siques [vestidos] en frusques; la chique [iglesia] en égrugeoir; el colabre [cuello] en colas. El diablo es primero gashito, después el rabouin, después el panadero; el sacerdote es el ratichon, después del jabalí; el puñal es el veintidós, después el surin, después el lingre”, etcétera.

Por último, hemos decidido adjuntar un fragmento más amplio cuyo interés no puede ser más que literario, pero que ofrece una peculiar versión de esa relación –mágica- entre el hombre y la lengua que habla.

“No hay una metáfora, ni una etimología del caló que no contenga una lección. Entre estos hombres golpear quiere decir hender; la astucia es su fuerza.
Para ellos, la idea del hombre no se separa de la idea de la sombra. La noche se dice sorgue, el hombre el orgue [caló francés]. El hombre es un derivado de la noche.
Se han acostumbrado a considerar la sociedad como una atmósfera que los mata, como una fuerza fatal; y hablan de su libertad como hablarían de su salud. Un hombre preso es un hombre enfermo; un hombre condenado es un muerto.
Lo más terrible para el encarcelado en las cuatro paredes de piedra que le sepultan es una especie de castidad glacial; al calabozo lo llama el casto. En ese lugar fúnebre, la vida exterior se presenta siempre bajo el más grato aspecto; el preso tiene grillos en los pies. ¿Creéis acaso que piensa en que se anda con los pies? No, piensa en que se baila con los pies: así en el momento en el que consigue limar los grillos, su primera idea es que puede bailar, y llama a la lima la bailadora. Un nombre es un centro, profunda asimilación”.


El argot de los jóvenes como puente hasta la lengua estándar.

Los jóvenes y la delincuencia conforman dos grupos sociales, con sus propias subculturas, formadas por normas, valores y un lenguaje propios. Son dos grupos sociales, que nacen en contextos sociales distintos, y, en cambio, sus variedades lingüísticas son muy difíciles de delimitar, de trazar una frontera precisa entre ambas. Se trata, según Sanmartín (1998), de un “proceso de interferencia intralingüística entre sociolectos y un tipo de registro”.
De hecho, en esa relación en dependencia que, según afirma la autora, existe entre la variación social y la situación comunicativa reside un factor clave para entender cómo sucede ese trasvase, cómo se difuminan los límites entre variantes: ambas, siendo variantes diastráticas, comparten como rasgo común el contexto comunicativo en el que se producen: el registro coloquial. Solo se desarrollan estos argots, afirma Sanmartín, “en situaciones comunicativas en las que existe una igualdad entre los participantes, un tono informal, un modo oral, un dinamismo conversacional, etc.”.
Resulta conveniente en este punto señalar que estas dos subculturas también comparten una posición periférica, lo que precisamente motiva la creación de una subcultura o contracultura, una variedad lingüística propia o antilenguaje. Sin embargo, una corresponde con una “periferia real y marginal”, y -yo añadiría- hasta cierto punto involuntaria, frente a la voluntariedad de la otra, una “periferia ficticia y temporal” mediante la cual los jóvenes se desvinculan de todo el sistema de valores adulto.
Por este motivo, es especialmente significativa esta “contaminación” lingüística entre grupos sociales: los jóvenes, adoptando términos del argot marginal, actúan como un “catalizador o puente”, llegando a transmitir al lenguaje común voces marginales que de otra manera habrían caído en el olvido.
Es en este sentido en el que el registro coloquial sirve como premisa comunicativa idónea. Santamaría (2005) lo explica del siguiente modo:
“En estas situaciones comunicativas [cotidianas, coloquiales], los hablantes buscan una mayor expresividad y su intención es ‘integrarse en el mundo actual’, ‘ser moderno’, son elementos y recursos que se dan independientemente de la clase social a la que pertenecen los hablantes. El argot común se nutre de voces propias del léxico de los delincuentes, introducidas en su mayoría a través del lenguaje empleado por los jóvenes, igual que anteriormente los jóvenes incorporaron voces del argot de los delincuentes para demostrar su rebeldía y alejamiento de las generaciones anteriores”.
Se tratan también de dos argots esencialmente léxicos, sufriendo incluso una sobrelexificación alrededor de ciertos términos o campos léxicos. El argot de la delincuencia se basa sobre todo en una variación semántica o formal a partir de otras voces, en una “especialización”; el de los jóvenes, por su parte, significa un proceso de generalización, de incorporación a la lengua común en su registro coloquial significados y significantes nuevos.
De este modo, puede producirse el trasvase. Parte del léxico del argot de la marginalidad, en palabras de Sanmartín, “trasciende los límites de la propia marginalidad” hasta llegar a ser conocido por numerosos hablantes.

BIBLIOGRAFÍA:
- Sanmartín Sáez, Julia (1998). Lenguaje y cultura marginal. El argot de la delincuencia. Valencia: Universitat de València.
- Santamaría Pérez, Isabel (2005). El argot y las jergas. Madrid: Liceus