El argot, por su propia naturaleza, posee una forma
característica que surgir y de renovarse. Los mecanismos que se producen a la
hora de construir un nuevo léxico son, sobre todo, según la mayoría de
estudiosos, tres: los préstamos de otras lenguas o argots, la transformación
semántica (metáforas, metonimias, sinécdoques) y la variación formal
(acortamientos y sufijación). Frente a ellos, afirma Sanmartín, la
transformación semántica por cambio de referente “apenas adquiere relevancia”.
Todo necesita de un material desde el que nacer. El
argot bebe de otras lenguas y argots, de retorcer un significante o un
significado hasta surge de él algo nuevo. En términos de J. J. Montes (1983),
debemos de hablar de una motivación
en el proceso de creación léxica, exceptuando los préstamos, pues “el hablante
inventa a partir de una tradición lingüística” y de “una serie de condiciones
que envuelven el acto comunicativo”.
Este concepto de motivación
nos remite a la intencionalidad, a su importancia en el proceso comunicativo.
Una intención específica, de un hablante específico, con todo un bagaje
lingüístico específico.
El inabarcable mundo de variantes que posee todo
argot, aún más si cabe el de la delincuencia, dificultan su estudio. Pero,
además, a ello hay que sumarle la especial complejidad del acto comunicativo
que envuelve la creación de un nuevo léxico en el argot de la delincuencia.
En este sentido, Sanmartín (1998) apunta cómo en
algunos casos es la etimología de la palabra la que revela esa “motivación
base”, pero incluso en esos casos no todos los hablantes del argot conocen esa
relación entre el viejo significado y la nueva voz argótica. El creador de una
nueva palabra toma una conocida y la cambia, la acorta, la mezcla con otra, la
utiliza en otro contexto; todo ello esperando de aquél a quien va dirigido una
compenetración, cierto esfuerzo para desentrañar un mensaje codificado para no
ser comprendido por los demás.
La variación en el eje diastrático o diafásico puede
producir esta situación: hablantes de un mismo argot, del cual no conocen el
origen del significado de un término, o el significado mismo de éste. Sanmartín
emplea la expresión medir el aceite
para ilustrar esta situación. Su significado en el argot de la delincuencia o
de la marginalidad es “asesinar”, especialmente con arma blanca. El gesto de
medir el aceite, introduciendo una varilla en su recipiente, representa esa
acción de clavar en algo un arma blanca. Esta relación metafórica será conocida
por aquellos que, por sus circunstancias personales, conozcan la acción de
medir el aceite. Para éstos, la expresión medir
el aceite sería una expresión motivada: tratan con vehículos y conocen el
significado que oculta lo que dicen.
“En cualquier caso, en el argot se aprecia la
necesidad del hablante no solo de apropiarse de la lengua general para hacerla
suya y convertirla en un signo social, sino de emplear términos motivados y
evocadores”, afirma Sanmartín. En orden de importancia, las transformaciones
del significante, la sufijación y los préstamos, “implican una apropiación de
la lengua común y una expresión de la diferencia”.
Las transformaciones semánticas de todo el universo
lingüístico proveniente de la lengua común, del caló, de otros argots, surgen
según una motivación comunicativa, unida a su vez a un contexto comunicativo
determinado. Los nuevos sentidos que adopta la realidad lingüística “obedecen a
causas psicológicas, en especial a los factores emotivos y a la búsqueda de
instensificación (expresividad para muchos), en algunos casos apoyada en la
exigencia de buscan nuevos nombres para nuevos objetos y conceptos”.
BIBLIOGRAFÍA:
-
Sanmartín Sáez, Julia (1998). Lenguaje y cultura marginal. El argot de la
delincuencia. Valencia: Universitat de València.
-
Montes Giraldo, José Joaquín
(1983). Motivación y creación léxica en
el español de Colombia. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo.